El día 23 de diciembre de 2011 no fue un día normal y corriente. Me levanté con la sensación de que tenía que llevar a cabo una muy difícil decisión, pero que ya no tenía vuelta atrás. Estaba todo muy bien pensado, los peros, los contras, los beneficios y nuestros propios sentimientos a cerca de la eutanasia. Como ya dije en el capítulo XXI estuvo algún día sin comer, pero no por los dolores como creía, sino porque se había cansado de las latitas. Así que como dijo la Reina Diela le dimos pienso y comenzó a comerlo en seguida.
Pero la comida ya no le servía para mantenerse y engordar, era el tumor el que se llevaba gran parte de la energía que obtenía de los alimentos, y ella estaba ya muy delgada. De hecho su cuerpo estaba deforme, el tamaño del tumor era ya la anchura de su cuerpo, y si la mirabas de espaldas, su columna hacía una «S» por el espacio que ocupaba el tumor entre la pata derecha delantera y la columna. Daba mucha pena verla con ese aspecto, sin poder subirse a las ventanas para coger sol o sin darse paseos, cazar… En definitiva, con cada vez menos vida.
Eso sí, lo que no perdió, ni en sus últimos momentos fueron las ganas de mimosear y su confianza en mí. Los días anteriores la Reina Diela y yo estuvimos cavando el hoyo donde queríamos que fuera enterrada. Así pues, sobre las 17:00 h. del día 23 la Reina Diela y yo, comenzamos a despedirnos de ella, dándola muchos mimos para que no notara que algo pasaba. Ella no era consciente de lo que íbamos a hacer. A las 17:40 h. la metimos en el trasportín y como la primera vez no ofreció resistencia, ni se enfadó, ni nada. Maulló un poco como diciendo, «¿qué es esto?, no quiero estar aquí», pero cuando la hablaba y me veía por la reja de la puerta se calmaba. No sabía que la llevábamos para no volver, y sin embargo se fio de nosotros.
Ya en la clínica, creo que le vinieron algunos recuerdos de ese lugar, quizás los olores, porque no se sentía muy a gusto al principio. Pero cuando vio que no pasaba nada comenzó a ronronear como siempre, sabía que estábamos con ella. El proceso comenzó con la inyección de un calmante que no le hizo ningún efecto, porque seguía tensa y mirando hacia todos sitios, siempre sin dejar de ronronear. Le tuvieron que inyectar otro que podría darle nauseas pero no se las dio, y este último si le hizo algo más de efecto. Luego para ponerle la vía tenían que pelarle un poco la pata con la maquinilla, pero a pesar de los efectos de los calmantes cuando intentó pelarle un poco, rápidamente se puso a la defensiva. Siempre le dieron miedo los ruidos 🙂 . Así que tuvo que pelarle un poco la pata con las tijeras.
Después le puso la vía (seguía ronroneando) y el resto consistió en inyectarle distintas cosas con jeringuillas que servirían para pararle el corazón. Y así fue. Fue muy rápido todo, pero yo no quise separarme de ella, estuve todo el rato acariciándola y sujetándola la cabeza. La Reina Diela finalmente se quedó también, pero el pobre sí que se derrumbó. Yo me mantuve firme hasta el momento de pagar, ahí sí que no me pude aguantar más.
Después, el proceso del entierro fue bastante duro, sobre todo por la sensación que teníamos de que ya no estaba. Acompañando a los restos de Blacky introducimos en un bote unas fotos, un escrito y una piedrecita en su memoria. Y después comenzamos a introducir la tierra en el hoyo hasta que lo tapamos del todo. La noche era muy fría, y en ese momento estaba bajando la niebla.
Las sensaciones que hemos tenido después, creo que han sido las normales. Una cosa es que sepas que ya no está, y otra que el cerebro se acostumbre cuando a lo que está es acostumbrado a su presencia, por lo tanto cada vez que íbamos a la cocina lo primero que se nos venía a la cabeza era no hacer ruido para no despertarla; una vez dentro y ver que no estaba lo primero que hacíamos era mirar debajo de la puerta por si estaba esperando a que la abriéramos, pero tampoco estaba. A la mañana siguiente tanto para la Reina Diela como para mí, sensaciones de este estilo ocuparon todo nuestro día, al igual que las lágrimas en los ojos.
Han pasado ya casi tres días y todavía sigo pensando en ella, y en lo mucho que la echo y la echaré de menos. Veo la casa y el jardín muy vacíos, yo misma siento ese vacío. Es muy triste, porque la quería mucho. Pero bueno, lo importante es que esta en su jardín, en su casa y sobre todo descansado ya por fin. Para no olvidar donde está enterrada, me he propuesto encontrar un rosal de black baccara que aunque las rosas no sean completamente negras, se asemejan un poco al color de su pelaje, siempre negro, y pelirrojo al sol. Y a lo mejor su energía le puede servir al rosal para crecer.
Black baccara
Es una pena que esta historia tenga que terminar ya, y de esta manera, pero en el fondo sabía que de alguna manera tendría que terminar. Espero que hayáis disfrutado con las vivencias, y que algunas os hayan podido servir para las vuestras propias con estos animales. De momento no quiero tener ningún animal, pero tal vez con el tiempo vuelva a tener otra gata o un perro, o lo que sea y espero tratarle igual de bien que a Blacky, e incluso mejorar en muchas cosas en las que se posiblemente fallara.
¡Hasta siempre Blacky! Me has dado mucho más de lo que podía imaginar. Gracias a ti he cogido aprecio a los gatos y creo que incluso he aprendido a tratarlos. Además, fuiste una gran compañera con la que poder aprender de muchas cosas, y a pesar de que esto sea un mal trago, también me ha servido para aprender. ¡Gracias por todo! Y como ya dije espero que seamos capaces de mantenerte viva como mereces.
Fin.
.Reina de Hielo.